Raymond Carver.

En 1976 Carver escribe Will you please be quiet, please?, un puñado de cuentos en los que critica la porquería de la sociedad: el machismo, el body shaming, los prejuicios sobre la libertad sexual… Casi cincuenta años después y seguimos en la misma mierda. Por ello tomamos cinco de estos cuentos como inspiración para nuestra colección y así visibilizar, desde la irreverencia y el sarcasmo, el daño que ha hecho a las personas el patriarcado.

¿QUÉ SE CREE?

Habíamos terminado de cenar y yo me había quedado en la mesa de la cocina por media hora con la luz apagada, mirando. Si iba a hacerlo esta noche, ya se había tardado. No lo había visto en las últimas tres noches. Pero esta noche la persiana del cuarto estaba recogida y la luz estaba encendida.

Tenía un presentimiento esta noche.

Entonces lo vi. Abrió la rejilla y salió por su porche trasero llevando una playera y algo parecido a unas bermudas o a un traje de baño. Miró alrededor una vez y luego saltó desde el porche hacia las sombras y comenzó a caminar al lado de la casa. Era rápido. Si no hubiera estado observando no lo habría visto. Se detuvo frente a la ventana con luz y miró hacia dentro.

“Vern”, dije. “¡Vern, apúrate! Está ahí afuera. ¡Será mejor que te apures!”

Vern estaba en la sala leyendo el periódico con la tele prendida. Escuché que dejó el periódico.

“¡Que no te vea!”, dijo Vern. “¡No te acerques mucho a la ventana!”

Vern siempre decía eso: no te acerques mucho. A vern le da algo de pena mirar, creo. Pero sé que le gusta. Lo ha dicho.

“No puede vernos con la luz apagada”. Eso es lo que siempre le contesto. Esto lleva ya tres meses. Desde el tres de septiembre, para ser exactos. Bueno, esa fue la primera noche que lo vi ahí. No sé cuanto podría haber llevado antes de eso.

Estuve a punto de llamar al sheriff esa noche, hasta que lo reconocí. Le pedí a Vern que me lo explicara. Incluso después me costó entenderlo. Pero desde esa noche he mirado y puedo decir que, en promedio, aparece una de cada tres noches, o a veces más. Incluso lo he visto ahí afuera cuando llueve. De hecho, si llueve, puedes asegurar que lo verás. Pero esta noche había viento y el cielo estaba despejado. Se veía la luna.

Nos hincamos detrás de la ventana y Vern se aclaró la garganta.

“Míralo”, dijo Vern. Vern fumaba, tirando la ceniza en su mano cuando era necesario. Apartó el cigarro de la ventana cuando exhaló. Vern fuma mucho, no hay manera de detenerlo. Incluso duerme con un cenicero a pocos centímetros de su cabeza. Por las noches estoy despierta y el despierta y fuma.

“Dios”, dijo Vern.

“¿Qué tiene ella que no tengan otras?”, le dije a Vern después de un minuto. Estábamos agachados y sólo se podían ver nuestras cabezas por la ventana. Mirábamos a un hombre que veía la ventana de su propio cuarto desde fuera.

“Eso es todo”, dijo Vern. Se aclaró la garganta cerca de mi oído.

Continuamos mirando.

Podía distinguir a alguien detrás de la cortina. Debió haber sido ella desvistiéndose. Pero no podía ver con detalle. Entrecerré los ojos. Vern llevaba sus lentes de lectura y podía ver mejor que yo. De pronto la cortina se hizo a un lado y la mujer dio la espalda a la ventana.

“¿Ahora qué hace?”, pregunté, aunque ya lo sabía.

“Dios”, dijo Vern.

“¿Qué hace, Vern?”, dije.
“Se está quitando la ropa”, dijo Vern. “¿Qué más crees que está haciendo?”

Entonces la luz del cuarto se apagó y el hombre comenzó a caminar a un costado de su casa. Abrió la rejilla y se deslizó dentro y poco después todas las luces se apagaron.

Vern tosió, tosió otra vez y sacudió su cabeza. Apagué la luz. Vern se quedó ahí hincado. Luego se paró y prendió un cigarro.

“Un día le voy a decir a esa basura lo que pienso de ella”, dije mirando a Vern.

Vern rió o algo parecido.

“Es en serio”, dije. “Me la encontraré un día haciendo compras y se lo diré en su cara”.

“Yo en tu lugar no lo haría. ¿Por qué carajo harías algo así?”, dijo Vern.

Me di cuenta de que él no creía que yo hablara en serio. Frunció el ceño y se miró las uñas. Enrolló su lengua y entrecerró los ojos, como hace cuando se concentra. Entonces su expresión cambió y se rascó la barbilla. “No harías algo así”, dijo.

“Ya verás”, le dije.

“Mierda”, dijo Vern.

Lo seguí hacia la sala. Estábamos algo nerviosos. Aquello nos pone así.

“Espera”, dije.

Vern apagó su cigarro en el cenicero grande. Se quedó parado detrás de su sillón de cuero y miró la televisión durante un minuto.

“Nunca hay nada”, dijo. Luego dijo otra cosa. Dijo, “Quizá tiene algo ahí”. Vern encendió otro cigarro. “No sabes”.

“Si alguien aparece para mirar por mi ventana”, dije, “tendrá a la policía encima. Quizá Cary Grant no”, dije.

Vern encogió los hombros. “No sabes”, dijo.

Tenía hambre. Fui a la repisa de la cocina y miré, luego abrí el refrigerador.

“¿Vern, quieres algo de comer?”, dije.

No contestó. Podía escuchar agua en el baño. Pero creí que quizá querría algo. Nos da hambre a esa hora de la noche. Puse pan y carne en la mesa y abrí una lata de sopa. Saqué galletas y crema de cacahuate, albondigón frío, pepinillos, aceitunas, papas. Puse todo en la mesa. Entonces recordé el pay de manzana.

Vern salió del baño con su bata y su piyama de franela. Su cabello estaba mojado y pegado a su cabeza y olía a agua de baño. Miró las cosas en la mesa. “¿Qué tal un plato de cereal con azúcar moreno?”, dijo. Luego se sentó y abrió su periódico al lado de su plato.

Comimos. El cenicero se llenó con huesos de aceituna y colillas.

Cuando acabamos, Vern sonrió y dijo “¿Qué huele tan bien?”

Fui hacia el horno y saqué dos rebanadas de pay de manzana cubiertos con queso derretido.

“Eso se ve bien”, dijo Vern.

“No puedo comer más. Me iré a acostar”, dijo poco después.

“Yo también voy”, dije. “Voy a limpiar esta mesa”.

Estaba vaciando los restos de los platos en la basura cuando vi las hormigas. Miré de cerca. Venían de algún lugar cercano a las tuberías de la tarja. Eran una columna numerosa, subían por un lado del bote y bajaban por el otro. Iban y venían. Encontré la lata en uno de los cajones y rocié el bote de basura por fuera y por dentro y rocié bajo la tarja hasta donde pude. Me lavé las manos y miré alrededor de la cocina por última vez.

Vern dormía. Roncaba. Dentro de pocas horas se despertaría, iría al baño y fumaría. La pequeña televisión al pie de la cama estaba prendida, pero la señal estaba mal.

Quise decirle a Vern sobre las hormigas.

Me tomé mi tiempo preparándome para dormir, arreglé la señal y me metí a la cama. Vern hizo los ruidos que siempre hace cuando duerme.

Miré la televisión rato, pero era un programa de entrevistas y a mí no me gustan los programas de entrevistas. Pensé en las hormigas de nuevo.

Poco después las imaginé por toda la casa. Me pregunté si debería despertar a Vern y decirle que había tenido una pesadilla. Pero en lugar de hacer eso fui por la lata de insecticida. Miré debajo de la tarja pero ya no se veían hormigas. Encendí todas las luces de la casa y la casa resplandecía.

Seguí rociando.

Finalmente levanté la persiana de la cocina y miré hacia afuera. Era tarde. El viento soplaba y las ramas crujían.

“¡Esa basura!”, dije. “¿Qué se cree?”

Usé peores palabras, dije cosas que no puedo repetir.

Traducción. Iván Ortega. Instagram: @just_text_no_sugar

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